lunes, 30 de noviembre de 2009

Cine

Hace más de un año (no recuerdo cuánto, pero sé que fué más de un año) fui al cine, de esos multicines de centro comercial, a las afueras de Madrid. Creo que era sábado...o viernes...en todo caso fin de semana. Entré en la sala cuanto aún faltaba tiempo para que empezara la película, pero tuve que salir porque no soportaba la atmósfera y el olor que había.

Cuando salí al vestíbulo, descubrí por qué olía tan rematadamente mal dentro: en el cine, además de las palomitas, chuches, "combos" (¿?), se vendía... nachos con guacamole!

El sábado pasado fuí otra vez al cine: los cines Ideal en pleno centro de Madrid. Una sala muy pequeña, quizás demasiado para un cine en el que está permitido comportarte como en el salón de tu casa. Para mi gusto, ojo. Ni siquiera había empezado la película y ya le dije a mi acompañante que no volvería a un cine jamás en mi vida. Bueno, a no ser que fuera un lunes, o un martes. Y que fuera del barrio, o al menos no muy concurrido.

(Inciso: aclaro que en "ir al cine" no cuento los festivales)

Para la mitad de la película, más o menos para cuando se les acabaron las palomitas (y la conversación) y ya no había más refresco que sorber sonoramente, a las personas sentadas a mi izquierda, la cosa empezó a ir mejor.

Al final no fue tan malo, y la película me gustó (Malditos Bastardos)...

Y al fin y al cabo, habla (escribe) una persona que fue un día a la filmoteca con alguien que sacó un bocadillo del bolso y no le dijo ni mú por no parecer demasiado melindres.

Por cierto, efectivamente es mejor ver Malditos Bastardos en V.O... parte sustancial de la gracia está precisamente en las voces.

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